Alejandría, siglo III A. C.
Los rayos del sol se doblan sobre la superficie del Nilo, refulgente y cegadora. Sus ojos entrecerrados se fijan en el rojo crepuscular en las pilastras. Su cuerpo frágil parece a punto de quebrarse ante la ventisca súbita que se ha levantado. Sabe que no es sueño; está seguro que debe acercarse a la orilla, andar hacia afuera de la ciudad, encontrar las arenas doradas de Egipto, adentrarse al acomodo de los elementos. Eleva la mano para protegerse de la iluminación y el viento. Avanza meditando por el fresco curvear del Delta. A lo lejos, los esclavos trabajan en la isla de Faros, como hormigas.
Pequeños remolinos surgen más allá de las dunas, como si fueran una parvada de aves incendiadas. La vieja tentación de unir “puntos” indefinidamente, con el antiguo afán de las formas perfectas. Así son las partículas de arena. Cubre su cabeza anciana con el antebrazo, para evitar que el polvo entre en los ojos. A veces el crepúsculo puede causar el efecto de montículos sangrientos. Más cuando se camina tan pegado al juego de espejos del río. La luz refractada, en incontables vértices, como atando la percepción con la longitud y la expansión.
Aún piensa en ángulos, en la segmentación del espacio en partes perfectas y medibles. El punto, aquella abstracción, y las líneas, conjunto de aquéllas. Es simple el camino al mundo de las ideas. La esfera nocturna. Pero la ves enrollada sobre si, espiritual, profunda. Todas las figuras, vivas e inanimadas, crecen con los principios geométricos incrustados en sí. Recuerda la espiral del capitel, inminente, instruyendo a los mortales sobre los secretos fundamentos de los planos.
Si se pudieran ver las raíces del cosmos, sin duda serían una proyección de puntos. Porque en donde sea los ángulos, las líneas, los radios y los números se igualan en armonía, como una música silenciosa. Como la acallada admiración en el templo de los sabios. Aunque no cree en la magia egipcia, respeta la cosmogonía de los elementos. No por irracional, sino porque la mirada de su maestro Eudoxo parecía una amalgama de los cuatro.
“Cosas que son iguales a la misma cosa, son iguales entre sí”, sentenció esa vez. Trataron de revelar la alquimia de aquella frase; sólo quedaron fríos, petrificados ante lo que había hecho tu mano. Sobre las arenas negras y quemadas, marcaste un círculo. Tu dedo no tocó ningún grano, pero tu mente sí. Todas las formas están contenidas en las otras. Una imagen contiene el recuerdo de los otros objetos. El universo es igual a sí mismo; es uno. Das la espalda al río, en un ángulo recto, y prosigues. En eso consiste lo hermoso: en contar las innúmeras formas descritas por cada criatura. De pronto un giro, el tercio de un círculo, una curva tímida; o la fiera justa del ángulo agudo.
Bien sabe que busca lo mismo que vislumbró en el templo. Un hilillo que salía de la circunferencia, color llama, color esmeralda, color arenisca clara, incoloro; vináceo por los matices de la tiniebla. Anda, indiferente a la silueta irreal de Alejandría. El viento comienza a elevar remolinos. Cubre el rostro. Siente que habita adentro de la tibieza de un latido. El aire gira violentamente y abate los bordes de su túnica ajada. Lo atraviesa. Entre las arenas aún fúricas, surge una especie de cuerda, sobre la superficie, como la cola de una serpiente enterrándose. Asemeja al círculo, el que dibujó ante los sabios. Tira del cordel, para sacar del fondo alguna geometría. Devanada, una espiral gira sobre sí misma en la superficie de las arenas, como absorbiendo sus mismas dimensiones, atrayéndolas al centro. Es como un lazo que desciende hacia el infinito de una tierra movediza. Se escucha la colisión, el estruendo; un relámpago de cuatro sustancias. Tu mano no suelta aquel hilo precioso. Se atreve a seguir tirando. Un bulto, o un simulacro de ello, o una efigie, o una representación, o el sueño de una sombra… al fin, una silueta ingrávida, exhumada y al aire, como si hubiera estado aguardando su fisonomía en el centro de la espiral, liberada… “Cosas que son iguales a la misma cosa, son iguales entre sí. Tú no”.
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